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Los ganchillos, que mi abuela preparó para mi dote y dio a mi madre para
guardarlos, los encontré encerrados en los armarios de la casa familiar después
de muchos años. No servirían para la decoración de mi casa pero sí para
emprender un viaje. El proceso duro y largo que inició mi abuela para tejer
estas labores, sabiendo que se iban a guardar para otro momento –que ella no
llegaría a ver- me cautivó. Quise comenzar un diálogo entre el pasado y el
presente, para unir el proceso de ella -su esperanza para el futuro, sus
ilusiones para sus nietas- con la realidad a la que uno se enfrenta al hacerse
adulto. Al trabajo complejo del ganchillo, que requería tiempo, patrones y
repetición, sólo quise añadir una lana de color rojo para “penetrarlo” como la
soledad penetra nuestras vidas y cambia las expectativas. También, era una
manera de recortar las distancias, desde Asia Menor, donde nació mi abuela,
hasta Zaragoza, donde he vivido los últimos años, pasando por Atenas donde está
la casa familiar, que guarda todo este tiempo la memoria de la familia.
Asimismo, este proyecto aspira a unir las soledades de las mujeres que, aunque
pertenecen a generaciones diferentes, han visto sus vidas cambiar –de maneras
distintas- y han sido testigos del tiempo que pasa –igual para todos.
eng
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